domingo, 25 de agosto de 2019

La prostitución del budismo.

Durante esta semana vagando por internet, di con el streaming de un usuario que se auto proclama periodista. En realidad no sé si realmente lo sea, pero hay que reconocer que se esfuerza. Sus transmisiones tienen bastante calidad; en cuanto al contenido o la llamada línea editorial, eso no me atrevería a elogiarlo.

En un momento dado hizo pausa al tema original y dijo saber mucho de budismo, tanto, que incluso poseía dos estatuas de Buda. Las mostró a la cámara y comenzó a contar una historia con metáforas de esas que son recurrentes en toda corriente de desarrollo espiritual. Le escribí que ambas estatuas representaban personajes y filosofías distintas. Una era Buda el Iluminado, y la otra era Budai, símbolo de la alegría y la prosperidad. Comenté que la confusión proviene de la similitud del nombre, error que se ha propagado en occidente.

Me dijo “amigo, no te hagas bolas; además, cuando quieras te doy cátedra de budismo”. Le dije que sería interesante recibir cierta instrucción para aclarar dudas, y que el narcisismo moral no era propio del budismo, aludiendo a su obvia pretensión de saber tanto. En ese momento me echó de su streaming y ya no pude acceder nuevamente.

Supongo que no debí decir eso, pero también creo que se sabe más de una persona por sus reacciones que por lo que dice. No soy defensor del budismo ni tengo afinidad por esa doctrina, como tampoco me importa si alguien decide abrazarla. Por un tiempo tuve interés en ella y concluí que, aunque no resulta satisfactoria para todos y tiene deficiencias atroces, aún ofrece algo sobre lo cuál reflexionar. Pero creo que el budismo ha sido secuestrado por una masa de gente que gusta revestirse de él sin aplicarlo en absoluto. Me atrevería a asentar que todo aquél que anuncie a viva voz su amor al budismo, no lo practica para nada. Y que hay personas que sin hacer la mínima alusión al él, quizá lo han entendido mejor. Basta observar cómo se comporta la gente que se arroga grados espirituales: es incluso más resentida y perversa que la gente normal.

El budismo se ha convertido en el comodín al que se recurre primero cuando se trata de obtener un encumbramiento inmediato a ojos de los demás. Cuando nos sabemos vacíos y carentes de cualidades reales, basta decir que somos budistas y tirar retahíla espiritual, para subsanar las deficiencias que queremos ocultar. Con la ventaja adicional de que, al ofrecer cualidades que no tienen cimiento en el mundo material (el nivel espiritual es algo que no se puede medir o comparar), somos inmunes a una valoración objetiva. El budismo es el refugio perfecto porque ofrece a cualquiera la facilidad de aparentar virtudes sin que se le pueda exigir evidencia concreta de ellas. Es una especie de atajo, un documento falso que nos acredita como algo que no somos.


domingo, 18 de agosto de 2019

Bigger (2018).

Película sobre Joe Weider, pionero del culturismo y fundador de la Federación Internacional de Fisicoculturismo (IFBB). Si bien en su momento el fitness no era un concepto desconocido (gracias a Jack Lalanne, el padrino del fitness), tampoco formaba parte de la vida del ciudadano común. Joe se propuso hacerlo un hábito general.

Las actuaciones son pobres y algunas situaciones son de telenovela. Todo está relacionado con el culturismo, incluso la muerte, lo que hace que algunas líneas sean chuscas ("los veré desde el cielo, vigilando que realicen la última repetición de cada set"). El actor que interpreta a Weider tiene el carisma de una tabla, es inexpresivo. El personaje antagónico es el clásico malvado que ríe siniestramente después de formular sus planes.

La película tiene hechura similar a las que realizan los grupos sectarios con fines proselitistas. Es como un filme cristiano o de cienciología, solo que aquí la religión es el culturismo. Pero la ambientación de los años cuarenta y cincuenta está bien lograda.

La escena medular es cuando Weider conoce a un joven Arnold Schwarzenegger, que está entrenando con barriles de vino en un escondrijo oscuro. Weider le extiende un dibujo en el que Arnold se reconoce. Weider le explica que ha dibujado ese arquetipo toda su vida. Ese encuentro supone un parteaguas.

El tema que siempre se escamotea es el uso de esteroides y esta película comete la misma omisión. Quien quiera enterarse del consumo subterráneo de esteroides deberá hacer una indagación propia en foros de internet. Y de tantos documentales solo hay uno honesto, "Bigger, Stronger, Faster", que expone el uso de sustancias por todos aquellos que se dicen “naturales”.

Si bien la intención de Weider era popularizar el culturismo, a casi ochenta años sigue siendo una práctica ajena al hombre común. La película muestra cómo Weider traiciona su propio objetivo: de ser éste hacer del culturismo algo colectivo, termina convirtiéndolo en algo de élite, buscando “especímenes“ inusuales para usarlos como imagen de la IFBB.

El culturismo no es para todos. No se puede masificar una práctica que exige un desembolso importante: gimnasio, alimentación, suplementos, implican un gasto que pocos pueden efectuar. Sin embargo, el discurso sigue siendo que todos deberíamos dedicar tiempo, dinero y esfuerzo a la consecución de un físico excepcional. Esta contradicción entre el ideal y la realidad suele frustrar a los que han picado el anzuelo. Así, lejos de provechoso se torna opresivo.

El culturismo actual solo genera morbo ante los cuerpos hechos de esteroides que no lucen sanos ni estéticos. De hecho, en una entrevista el propio Arnold Schwarzenegger señala la decadencia del culturismo actual y propone su depuración: un regreso a los ideales estéticos de la llamada Era Dorada.